Propuesta en tiempo de pandemia

Acuerdos por una mejor vida para cada uno y todos a la vez 

Por: Jorge Amigo Ortega

Psicólogo, consultor organizacional

Durante estos días en que el COVID-19 ha sido protagonista en nuestros pensamientos, conversaciones y comportamientos, inevitablemente surge la reflexión crítica sobre cómo cada uno lleva su vida y cómo la estamos llevando como humanidad. Más allá de las distinciones que cada uno hace para explicar el fenómeno del coronavirus, es posible apreciar que la mayoría presagia cambios sustantivos para sí mismo y para el mundo como consecuencia de su aparición. La disrupción en nuestros hábitos de la vida cotidiana que está produciendo su presencia, no pasará sin provocar un nuevo encaje en la dinámica personal y social. Existe la impresión que el COVID-19 viene a representar la gota que rebalsó el vaso. El sistema (el vaso), ya estaba hasta el tope con las tensiones producidas por los flagelos de la desigualdad, corrupción y violencia. El coronavirus nos vino a mostrar la inminencia del peligro que tenemos como humanidad. En este contexto, como era de esperar, diversos intelectuales y científicos de todo el mundo han compartido sus reflexiones sobre la aparición de esta pandemia y sus consecuencias en el devenir de la humanidad y el mundo. El comienzo de una nueva era, señala el filósofo Byung-Chul Han; Naomi Klein nos recuerda que se cumple el dicho de que los momentos de crisis son también una oportunidad para avanzar hacia la sociedad que queremos; por su parte, Yuval Noah Harari manifiesta que las elecciones que estamos tomando para combatir el COVID-19 darán forma a nuestro mundo en los años venideros. En nuestro país, Agustín Squella cree que el mundo en algo cambiará, tan estúpidos no somos, señala. Carlos Peña dice que no cabe duda que estamos en presencia de un momento excepcional, pero que ya se disipará y que vendrá otro que lo sustituya. 

Si bien la mayoría de las personas prevemos cambios, las diferencias se manifiestan en el alcance y la profundidad. Los hay más optimistas y otros más pesimistas, incluidos los matices intermedios. Al igual que el paleontólogo españolJuan Luis Arsuaga, en la disyuntiva entre imaginar un mundo horrible o uno delicioso, yo también pienso que deberíamos apostar por el delicioso. Por supuesto, hay fundadas razones para una expectativa más cercana al pesimismo, pero como dice Arsuaga, el optimista es el que cambia las cosas. Me inclino a pensar que la gran mayoría de las personas quiere cambios significativos, conscientes de que, de seguir así como vamos, nada bueno depara el futuro.

Es probable que aún estemos sorprendidos e incluso estupefactos con el impacto del coronavirus. El miedo y la incertidumbre acaparan nuestra atención, buscamos asegurar la sobrevivencia. Pero a la vez, tomamos conciencia de que no basta con lo bien que lo haga cada uno, sino que se requiere ser efectivos en dar una respuesta colectiva y esperamos ser capaces de lograrlo.

El COVID-19, si una gracia tiene, es que nos vino a reflejar el mundo en que cada uno vive y el mundo en que vivimos todos. Nos ha permitido tomar conciencia de cómo el miedo y la incertidumbre orientan nuestras energías hacia la sobrevivencia y cómo se desvanece el sentido de la buena vida y el placer. Por ello, el COVID-19 tiene el potencial de impulsar una reflexión tanto individual como colectiva que nos lleve a repensar, reinterpretar y reformular los acuerdos que tenemos cada uno consigo mismo y los acuerdos que tenemos como sociedad, esos acuerdos que determinan nuestras conductas, prácticas y actitudes personales y colectivas. 

Aprovechemos que el coronavirus nos interpela más allá de su alcance, que nos emplaza a que una vez superada su urgencia, nos centremos en lo importante, que como humanidad decidamos qué podemos hacer y qué no podemos hacer para darnos una convivencia solidaria, sana y provechosa, buena para cada uno y para todos a la vez.

No es fácil partir, cuesta ponerse en acción. Podemos estar claros y convencidos de que es totalmente necesario hacer algo o dejar de hacer algo, podemos tener miles de ideas de posibles acciones que pensamos que apuntan en la dirección correcta, pero muchas veces quedan solo en el plano de las ideas. En esta especial ocasión que nos trae el coronavirus, para facilitar el ponernos en acción, partamos por diferenciar los ámbitos de intervención, distinguiendo el personal y el colectivo. En el ámbito personal, el que nos es propio, donde tenemos mayor poder de decisión y acción, considera la siguiente pregunta ¿Qué quiero y puedo aportar en lo personal para lograr una mejor vida y convivencia, buena para mí y para todos a la vez? 

En el ámbito colectivo, en la plaza pública, lo más efectivo es circunscribirlo al espacio político, es tiempo de recuperar la buena política, aquella que busca ordenar y organizar los múltiples intereses en conflicto, la que busca lograr la armonía social, que vigila y nos resguarda de la corrupción, de la desigualdad, de la violencia y del maltrato de nuestro ecosistema. Para guiar la reflexión, las decisiones y acciones en este espacio, considera la siguiente pregunta ¿Qué pienso, creo, confío en que es una buena regla para la vida en común y que estoy dispuesto a sostener y actuar en coherencia con ella? 

Consideraciones previas

Antes de iniciar la búsqueda de respuestas a ambas preguntas, tengamos en cuenta un par de consideraciones que nos pueden ayudar a ser efectivos para lograr el propósito de darnos una mejor vida para nosotros mismos y para la comunidad como un todo. 

Primero, reconocer que para partir bien es bueno saber desde dónde se parte. En este sentido, es importante tomar conciencia de la visión que tenemos de la condición humana, de la comunidad en que vivimos, de nuestras historias personales y de la particular circunstancia en que estamos y estoy ahora en el presente. Esa es nuestra línea base. Desde ahí, cada uno inicia su propio camino. Desde ahí partimos todos, cada uno desde su particular posición. Algunos con ventaja, otros con hándicap. Cada uno asume la responsabilidad de su accionar en función del poder y autoridad que posee, guiados por el principio de que a mayor poder y autoridad, mayor es la responsabilidad en el devenir de las comunidades en que se participa. Aceptar este punto de partida permite que la acción emprendida adquiera realidad, que podamos observar nuestro comportamiento, hace posible percibir el aporte de cada uno. Dado este punto de partida, la clave es estar siempre dispuesto a hacer lo mejor que puedas, ni más ni menos. Una manera de darse cuenta de que se está dando lo mejor de uno, es que finalmente lo disfrutas. Y si te caes o te equivocas, no te juzgues, simplemente te paras y nuevamente haces lo mejor que puedas.

La segunda consideración es aceptar nuestras dicotomías internas. Los humanos somos así, conviven en nosotros el valiente y el cobarde, el solidario y el egoísta, el generoso y el avaro, el conservador y el liberal, y así todas las dicotomías que en cada uno resuenan como parte de la identidad que soy, que somos. Aceptar esta condición no solo nos abre hacia el autoconocimiento, sino también hace posible que podamos empatizar con los otros, hace posible concebir que puesto uno en el pellejo del otro, tal vez actuaría del mismo modo. Así, evitamos caer en el juicio descalificatorio y nos permite comprender cómo las circunstancias facilitan la expresión de una u otra cara de la dicotomía. Podemos entender, por ejemplo, que, puestos en la historia de vida de un privilegiado que defiende sus privilegios, probablemente actuaríamos del mismo modo, y, de la misma manera, puesto en el lugar de un desposeído que lucha por cambiar su condición, tal vez haríamos lo mismo. En ambos casos, considerando todos los matices, desde quienes defienden sus privilegios desde la legalidad establecida, hasta los otros que lo hacen con artimañas y abusos; desde quienes luchan por cambiar su condición de desventaja con esfuerzo y trabajo, hasta quienes lo hacen con rebeldía frente al orden establecido. Reconocer nuestras dicotomías hace posible que nos centremos en el aporte que cada uno hace para una mejor convivencia, en vez de juzgar lo que el otro hace o no hace. Hace posible que nos centremos en dar lo mejor de cada uno. Se trata en definitiva de qué hace cada uno para darnos una vida en comunidad mejor para todos. 

Los focos de acción 

Teniendo en cuenta estas dos consideraciones, somos más efectivo si se parte por un solo foco de acción en cada ámbito en vez de querer abarcar un amplio espectro de acciones posibles. Mientras más específico es tu foco de acción y visible en sus efectos, mejor. Reflexiona y decide en qué, cómo y cuándo ponerte en acción. Establece las prioridades de acuerdo a tus posibilidades, lo importante es mantener viva la decisión de producir un cambio tanto personal como colectivo para darnos una mejor vida, lograr un nuevo encaje, una forma más armoniosa de acoplarnos como comunidad, encontrarnos con la buena vida, el placer de vivir, y poner en su justa dimensión el miedo y la incertidumbre que nos llevan a una vida de sobrevivencia.

Puesto personalmente en el proceso de reflexionar y decidir, hay un par de focos de acción, uno en cada ámbito, que pienso pueden servir de ejemplo para iniciar el camino del cambio. En el ámbito personal, abordar los hábitos de consumo. En el ámbito colectivo, es decir, el espacio político, la limitación de la acumulación de riqueza. Los avances que logremos en ambos casos, que se retroalimentan entre sí, tendrán sin duda un efecto significativo en el mejoramiento de nuestras vidas personales y la vida en común. Les comparto las razones que sustentan el ponerse en acción en cada uno de estos focos.

Hábitos de consumo

Para vivir, necesitamos consumir. Es tan evidente esta vivencia que solemos resolverla en forma automática. Tomar consciencia del modo en que estamos satisfaciendo nuestras necesidades es clave pues nos permitirá dar el siguiente paso que es precisar cuál es el consumo que necesitamos realmente para darnos una vida sana y nutritiva. Lograr reconocer ese consumo que necesitamos en cada ámbito de nuestra vida (alimentación, abrigo, etc.) nos permitirá también, tomar conciencia de las veces que nos excedemos. Por supuesto, que no todas las personas nos enfrentamos del mismo modo frente al consumo. Hay quienes no tienen acceso ni recursos siquiera para satisfacer sus necesidades básicas, mientras que para otros el acceso y los recursos no son un problema. No obstante, para una gran mayoría de la población, revisar sus hábitos de consumo, es un espacio en el cual puede hacer significativos cambios que contribuyan a su bienestar y con repercusiones positivas para la vida en común. Podemos aprender a distinguir entre el consumo necesario y el consumismo, esa tendencia al consumo excesivo e innecesario de bienes y productos. Podemos darnos cuenta que hemos sido presa fácil de la creencia, de la ilusión, que la felicidad y la buena vida se logra con el acceso creciente al consumo de bienes y servicios. Casi sin darnos cuenta hemos entrado en una escalada de consumo sin fin, guiados por esta ilusión. Al hacer una revisión consciente de nuestros hábitos de consumo podemos distinguir lo que nos gusta y nos sirve de lo que no nos gusta y no nos sirve, lo que tenemos demás, lo que desperdiciamos. Podemos aprender a diferenciar el consumo necesario del consumo excesivo e innecesario.

Revisar y reorientar nuestros hábitos de consumo hacia lo que es necesario para llevar una buena vida también nos permite reencontrarnos con vivencias con alto poder gratificante sin ningún costo, como contemplar un bello paisaje o como la brisa mueve las hojas de los árboles, una grata conversación, escuchar la música que nos gusta, en fin, la lista que podemos descubrir puede ser rica y amplia para cada uno de nosotros. Reencontrarnos con estas gratas sensaciones nos ayudarán a salir del adictivo sistema que nos lanza en la escalada del consumo con la zanahoria de la felicidad por delante. Avanzar paso a paso y decididamente en la dirección de un consumo consciente y recuperar la capacidad de disfrutar de las cosas simples de la vida y que no tienen costo, nos brindará una mejor calidad de vida personal y colectiva. Su impacto en la oferta y demanda de productos y servicios sería notable, produciría un cambio significativo en la dinámica social.

Limitación de la acumulación de riqueza

La desigualdad, es decir, el acceso dispar a los recursos, bienes y servicios ha crecido peligrosamente y está poniendo en serio riesgo la convivencia ciudadana. La excesiva acumulación de riqueza en cada vez menos manos es un hecho irrefutable, es cosa de navegar por internet y fácilmente se encuentran estudios de organizaciones expertas nacionales e internacionales que aportan cifras que dan cuenta de ello. Es insostenible y poco realista aceptar la creciente desigualdad y la acumulación de riqueza ilimitada en manos de pocos. Se hace totalmente necesario limitar la acumulación de riqueza.

¿Pero cómo hemos llegado a esta situación que a todas luces es contraria a los intereses de la gran mayoría? Bueno, básicamente porque la ideología neoliberal ha logrado seducir nuestras mentes y corazones. Nos hemos comprado la idea que, si le ponemos empeño y sacamos lo mejor de nosotros, podremos llegar a entrar al olimpo de los millonarios. Y así, movidos por esta ilusión hemos llegado a la situación actual, naturalizando peligrosamente una sociedad donde conviven una gran mayoría empobrecida y endeudada, con unos pocos que logran un buen pasar y unos muy pocos con riqueza excesiva. Y esta es la perversión del neoliberalismo. Mientras pone todo el estímulo en la ambición personal, descuida el resultado colectivo. 

Por el bien de la humanidad y de la vida en nuestro planeta, se hace indispensable limitar la acumulación de riqueza personal. Nos es saludable para la vida en comunidad y tampoco lo es siquiera para los propios híper ricos. 

El argumento de que, si se limita la acumulación de riqueza, se limita también la ambición personal por emprender, es una falacia. Eso es asunto de acuerdos respecto a qué le asignamos valor, tanto personal como colectivamente. Si detectamos que estimular la ambición personal sin límites en su capacidad de acumular riqueza, tiene como consecuencia la desigualdad que tenemos, entonces, necesitamos limitar la riqueza y reorientar los estímulos para el desarrollo del talento emprendedor. Necesitamos renovar nuestros acuerdos.

Cuál es el límite que le ponemos a la riqueza individual, es un asunto de acuerdos. En democracia, este acuerdo se canaliza a través de la política. Poner límites a las libertades forma parte esencial de las reglas que rigen la vida en común. Qué mejor ejemplo de ello las cuarentenas en que estamos actualmente producto del coronavirus. Para evitar su contagio restringimos las libertades individuales movidos por el bien superior de la comunidad toda y el propio bien de las personas. Del mismo modo, podemos restringir la libertad de acumular riqueza ilimitadamente para evitar el virus social de la desigualdad. 

Para fijar un límite. Tengamos presente el siguiente ejercicio. Pensemos qué diferencias tendrían en el nivel de vida una persona con patrimonio de 10 millones de dólares con otra que tiene 100 o más millones de dólares. La verdad es que la diferencia es muy poca o casi nada. Pensemos ahora qué le agrega al nivel de vida de una persona que su fortuna pase de 100 a 200 millones de dólares. Nada. Lo que devela este ejercicio es que una vez satisfecho el nivel de vida logrado, lo que moviliza a los súper ricos a seguir acumulando riqueza a límites obscenos es una insana codicia y competencia de egos. Vale entonces que, para resguardarlos de ellos mismos, es bueno también limitar sus riquezas.

Pero no queremos afectar su ambición, su pasión emprendedora. Por el bien colectivo es deseable que su talento se desarrolle en su máxima expresión. Por ello, junto con ponerle un límite a su riqueza, -un límite que los deje igualmente con el calificativo de rico-, se necesitan nuevos incentivos para mantener encendida su energía emprendedora. Un incentivo poderoso es el reconocimiento social, el de la comunidad entera. Premiemos a quienes habiendo logrado hacerse de una fortuna que les permite darse un alto nivel de vida, continúan emprendiendo para beneficio de la comunidad. Distingámoslos con nuestro aprecio, respeto y admiración. Incluyámoslos en la galería de las personas notables de nuestra comunidad. Hacia allá debemos canalizar los incentivos. Podemos encontrar diversas formas creativas de darle realidad a estos incentivos. Lo importante es lograr el resultado, darnos una convivencia sana y productiva, donde la dignidad de cada uno esté resguardada. 

Para ser realista y factible la idea de acotar la riqueza, un límite que me parece razonable son 10 millones de dólares. Una estimulante y desafiante meta para las personas que buscan darse un alto nivel de vida. La mayoría de ellas no alcanzará la meta, pero se mantendrán estimuladas por lograrla. Unas muy pocos la superarán, las menos con creces. ¿Qué se hace entonces con la riqueza que se genere una vez superado el límite? Las necesidades son múltiples y no faltarán proyectos al respecto. De nuevo, lo que está en juego es lograr acuerdos. Una propuesta puede ser crear fondos públicos orientados a resolver problemas sociales y al desarrollo de áreas específicas de interés colectivo, donde la persona que genera esos recursos pueda decidir libremente donde distribuirlos. Así se hace posible percibir los efectos de esos aportes y otorgar reconocimiento por ello a quienes lo hicieron posible. No es utópico pensar en que anualmente hagamos un reconocimiento público a quienes más han contribuido con sus excedentes de riqueza al bienestar de la comunidad, del mismo modo que lo hacemos en otras contribuciones, como el arte, la ciencia y la paz. En definitiva, se trata de pasar de estimular exclusivamente la ambición personal, a ponerle límite a esta y crear a la vez nuevos incentivos que faciliten el desarrollo del talento emprendedor con consecuencias positivas para la comunidad y para sí mismo. Un paso más en la dirección de tomar el camino que nos lleva a construir un mundo bueno para cada uno y todos a la vez. 

Re sostenido

Al reflexionar sobre el coronavirus y sus efectos en nuestras vidas personales y colectiva, me di cuenta que con frecuencia aparecía el prefijo re. Así, en las ideas que les he compartido aparecen los verbos repensar, revisar, reinterpretar, reorientar, reconocer y reformular entre otros. Pensé en la imagen de un Re sostenido. Poco y nada sé de música, pero despertó en mi la curiosidad por averiguar el significado del Re sostenido para el mundo de la música. Sin mucho ahondar, me quedó la impresión de que las obras escritas en Re sostenido son muy difíciles de interpretar. Como muestra de ello, los invito a escuchar y ver en YouTube la Rapsodia Húngara Nº 2 de Franz Liszt interpretada por Valentina Lisitsa. 

El camino que tenemos que recorrer para lograr nuestros propósitos individuales y colectivos tendrá un nivel de dificultad como el de una obra en Re sostenido. Requerirá nuestra atención, dedicación, perseverancia, apoyo mutuo, en definitiva, sacar lo mejor de cada uno. Que la falta o lentitud de logros en los propósitos colectivos no mermen tu avance en tus objetivos individuales, así, por ejemplo, no dejes de revisar y mejorar tus hábitos de consumo. Los logros que alcances, tendrán efectos positivos también en la comunidad. 

Lograr un consumo responsable y limitar la acumulación de riqueza son dos propósitos nobles por los cuales vale la pena jugársela para lograr un mundo mejor para cada uno y todos a la vez. 

Santiago, junio 2020

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