Crisis ansiosas y de pánico en el contexto de la pandemia de COVID-19

Por: Joseph Bandet Rivera         

Los padecimientos mentales se han incrementado producto de la pandemia, y entre ellos, los cuadros ansiosos parecen ser su expresión más común. Los conflictos previos sumados a las dificultades económicas, el temor al contagio y el confinamiento, producen un efecto sumatorio.

Aunque la gran mayoría de estos síntomas deberían remitir en la medida en que la enfermedad retroceda, en estos momentos causan preocupación entre quienes ven deteriorarse su bienestar. Reitero lo dicho anteriormente: este tipo de reacciones son normales ante una situación anormal. Lo extraño sería dormir bien y mantener un ánimo fresco y optimista en el contexto de esta crisis. Al igual que sentir miedo en un combate no es sinónimo de cobardía, tener temor y ansiedad por estas dificultades sanitarias es totalmente normal. Al contrario, negar esos sentimientos de inseguridad y tristeza suele ser la causa de trastornos psicosociales.

Lo que tampoco sería normal es permanecer impávidos ante las enormes desigualdades sociales que esta crisis ha puesto aun más en evidencia.

Una forma velada de ocultar el origen político y económico de esta violencia estructural es describir los trastornos ansiosos como fenómenos puramente individuales cuyo tratamiento -siguiendo el modelo biológico- seguiría alguna forma de tratamiento o medicación individual. La pandemia ha desnudado enormes desigualdades sociales, en el acceso a la salud, la previsión y el empleo.

Síntomas comunes de ansiedad

Ansiedad es una sensación general. Su rasgo más característico es su vaguedad. A diferencia del miedo que identifica un peligro concreto, la ansiedad carece de una rotulación emocional precisa: es un poco de miedo, un poco de alerta, una pizca de temor y a veces tristeza. Tampoco es energía puesta en acción. Al igual que la energía estática que sentimos como hormigueo sobre los equipos eléctricos, la ansiedad circula por todo nuestro organismo, pero sin poderse canalizar de una manera productiva.

Dada su vaguedad, es difícil insertarla en nuestros procesos intelectuales normales. A diferencia de la alegría o el miedo que habitualmente tienen una causa clara e identificable y las ubican como respuesta a ellas, la ansiedad elude sus fuentes específicas y habitualmente responde a todas ellas y a ninguna en particular.

Se la define como un estado de activación generalizado ante una amenaza difusa, sentida como peligrosa. La pandemia de Covid-19 reúne todas esas características.

Se agrega a su vaguedad, la imprecisión o desconfianza de los medios disponibles para su contención.

Causas de la ansiedad

No existe una única teoría explicatoria. Sus fuentes pueden ser tanto internas como externas al sujeto y habitualmente se combinan.

Podríamos caracterizarla como un temor difuso, un estado de alerta que, de ser sostenido en el tiempo desencadena una serie de síntomas inespecíficos: dolor de cabeza (cefalea), dolores musculares (habitualmente de hombros que se irradia hacia la nuca), cansancio generalizado, embotamiento, desidia e irritabilidad, entre muchos otros.

El no poder precisar, definir y acotar una amenaza, es uno de los rasgos que caracteriza los estados de ansiedad. Se acompaña habitualmente de lo que se denomina “expectación ansiosa”: estar alerta, reaccionar un poco más bruscamente a estímulos normales y sostener un estado de “preocupación constante”. Muchas veces se acompaña de la búsqueda ansiosa de información que suele ser superficial y recibir poca profundidad de análisis (normalmente se leen los titulares de las noticias y un par de frases del comienzo, pero no se las lee con calma hasta el final).

Si desconfiamos de nuestros recursos disponibles al encarar una situación determinada, probablemente experimentemos ansiedad. El “sentimos que supera” es importante, porque suele no ser efectivo, siempre hay algo que podemos hacer. Además, no es fruto de la experiencia, sino un estado anticipatorio.

Acometer diversas tareas o múltiples demandas al mismo tiempo, suele ser otra fuente de ansiedad. Esto puede afectar más a mujeres debido al estereotipo cultural que las incita a hacerlo así en ejercicio de una capacidad mayor para el multi trabajo que los hombres.

Pero existe otra familia de fuentes: quienes cuentan con menores capacidades para reconocer, nombrar y por tanto para representarse y comunicar sus afectos, suelen experimentar las sensaciones corporales como ansiedad. Por el contrario, mientras mayor habilidad para reconocerlas, rotularlas y poderlas representar (a través de imágenes, metáforas, relatos, tramas argumentales o teatrales) más posibilidades habrá de darles trámite psíquico: es decir, poderlas pensar.

Este proceso es tanto consciente como inconsciente. Muchas veces leer un mismo texto, ver una misma película o serie, son formas inconscientes en que intentamos tramitar algunas de nuestras formas de ansiedad que encuentran allí formas de expresión, aunque no sea conscientemente.

Las fuentes internas

Una fuente antiquísima y materia de miles de reflexiones morales y religiosas es la vinculada con la tentación: el deseo de ceder ante un placer (habitualmente prohibido por la cultura) frente al cual se convoca a la ley o a Dios mismo salvador. Uno de sus intentos de manejo (inconsciente) sería atribuir el deseo (interno) a una fuente externa (el demonio, por ejemplo), lo que obliga a convocar a una fuerza igualmente poderosa pero benigna que nos proteja de ese supuesto mal.

Habitualmente esta fuente de ansiedad se relaciona con las dos fuentes afectivas primarias e inconscientes: deseo sexual y violencia. Mismas que forman parte de prácticamente todas las culturas y épocas y se encuentran representadas en casi todas las películas que podemos observar hoy y que a su vez, reproducen la estructura de agón y antagón desde la tragedia y la comedia griegas. Una forma suavizada de este duelo es llamarlo la lucha entre el bien y el mal, pero que como vemos, oculta más de lo que devela en su formulación.

Otra fuente importante es la del temor al derrumbe psíquico. El temor de estar siendo “bombardeados” por información angustiante, sobre todo si es confusa y contradictoria; sufrir desilusiones amorosas o valóricas; recibir el diagnóstico de una enfermedad complicada o atravesar por dificultades económicas, pueden hacernos sentir en verdadero “peligro psíquico” sobre todo si se producen en secuencia y generan un efecto de “impacto acumulativo”.

Y una última de la que nos advierten los filósofos: conocemos el mundo a través de la rotulación que hacemos de nuestros datos perceptivos, es decir, a través del lenguaje. Pero el lenguaje no es el mundo real. Habitualmente lo “olvidamos” y habitamos este mundo de representaciones como si del mundo se tratara. Cuando enfrentamos experiencias que amenazan desde lo real nuestro simbolismo, cuando nuestros recursos representacionales fracasan, nos recorre un frío por todo el cuerpo. Nos damos cuenta que algo importante se nos escapa y que esa sensación de invulnerabilidad y control se desvanece, vislumbramos la fragilidad de nuestras vidas y la enorme dependencia que las pandemias nos vuelven a arrojar a la cara.

Observaciones y sugerencias de manejo

El pensamiento racional (o científico si prefieren) se separó hace tiempo del pensamiento animista o supersticioso; pero esto no quiere decir que sea el único tipo de pensamiento que rige nuestro mundo interno. Muy por el contrario, buena parte de los “pensamientos automáticos”, “ensoñaciones” y opiniones sobre uno mismo y los demás suelen estar basados en prejuicios y rara vez en juicios que deriven de un proceso de sopesar premisas surgidas de nuestra experiencia.

Recientemente una alumna universitaria expresaba sus temores de fracasar en sus estudios una vez que se retomen las clases presenciales. Luego de un momento de escucharla, me pareció que su pensamiento pertenece a este primer grupo de pensamientos más intuitivos, irreflexivos y automáticos que muchos de nosotros llevamos dentro.

Pudimos averiguar que esta alumna había sido una de las mejores alumnas de su curso durante la enseñanza media. Sin duda (ya que había terminado su cuarto medio y había ingresado a la universidad), había rendido cientos -tal vez- miles de pruebas y es sensato pensar que había obtenido en la mayoría de ellas resultados, por lo menos aceptables. Haciendo un ejercicio lógico mínimo: “Si he podido rendir cientos de pruebas en el pasado obteniendo resultados aceptables, y proyecto esta experiencia hacia el futuro ¿Qué conclusiones racionales puedo sacar?”

Se trata de una persona con inteligencia normal.

Si ha sacado buenos resultados existe la posibilidad cierta que pueda volver a obtenerlos.

Esta persona expresa un temor, no identificado como conclusión (y que prescinde de las evidencias que la sustentarían) de que obtendrá malos resultados a futuro.

Esas creencias se acompañan de una vivencia ansiosa en relación a su trabajo universitario.

Y que, efectivamente, esas creencias pueden hacer las veces de una “profecía autocumplida”: si pienso que algo va a salir mal, puede que esto interfiera con mi ejecución (trabajo, tarea) y -paradojalmente- termine saliendo mal, no por incapacidad sino por una suerte de “interferencia psíquica”. Si pienso que me voy a tropezar y creo que es algo inminente y cierto, puede que me tropiece, no por torpe, sino por estar distraído en pensamientos interfirentes.

Y por último, este tipo de pensamientos curiosamente tienen un rasgo muy oculto: creen poder predecir el futuro. Nuevamente, haciendo un ejercicio lógico ¿Cómo se puede saber qué resultado obtendré en la próxima prueba? Pues dando la próxima prueba y esperar a ver los resultados reales. Un rasgo curioso de este tipo de pensamientos es su omnipotencia:  capaces de predecir el porvenir, por ejemplo, y porque no se plantean como posibilidad sino como certezas.

En suma, todo lo descrito anteriormente sobre los temores de fracaso:

1.- No se fundan en la realidad.

2.- Desoyen la evidencia de los resultados en los exámenes previos.

3.- Reemplazan la realidad por una fantasía (el examen no se ha rendido, no existe en la realidad ese resultado) y sin embargo, aunque es una sensación, se la trata como evidencia (curioso, ¿no?).

Se suele observar luego de hacer este ejercicio, que muchas personas insisten con pseudo argumentos, pero que no resisten este análisis: todos son supuestos o fantasías, creencias irracionales sobre lo que podría o no podría pasar y eso es fantasía, no realidad.

Sugerencias a considerar

Cuando enfrentamos situaciones difíciles existen algunos aspectos importantes que puede ser necesario tener en mente:

Concentrarse en los pensamientos que nos ayudan, no en los que nos desmoralizan. La próxima vez que tengamos estas ideas, pregúntese ¿Esto me ayuda o me hace mal en estos momentos? 

Enfrentar los problemas de a uno: abandonar el hábito de la multitarea por ahora. Una cosa a la vez, pero que podamos abarcar y terminemos bien. Luego descanso y luego otra tarea completa.

Hay que priorizar: en situaciones de emergencia, no podemos hacer todo. No se puede. Es necesario decidir qué será más importante y qué es lo más urgente y lo que no reúna esas características y podamos postergar, habrá que postergarlo. Si tenemos diez tareas, debemos dejar sólo dos o tres.

Pedir ayuda, lo peor es quedarnos solos: los amigos pueden ayudar a decidir nuestras prioridades, a explorar soluciones y, sobre todo, darnos apoyo emocional.

Limitar la cantidad de información a la que nos expongamos y seleccionar preferentemente fuentes confiables y validadas.

Realizar ejercicio y mantener contacto con la naturaleza: basta unas horas de jardinería o prestar atención a algunas plantas o árboles si dispone de vista.

Intentar detenerse al menos cinco minutos entre tareas, dejar de hacer otras actividades y hacer el ejercicio mínimo de meditación: cerrar los ojos y concentrarse en el ejercicio de los 3-3-3; tres segundos para inhalar, tres para mantener a respiración y tres para exhalar.

Distribuya horarios específicos para tareas y cúmplalos. Trabajar disminuye la ansiedad y aplica la energía psíquica en trabajo concreto. Hay que “pre-ocuparse menos y ocuparse más”.

Bajar las expectativas: en momentos de crisis las cosas no tienen por qué ser perfectas, tal vez no tengamos el trabajo soñado, pero es mejor tener un trabajo. Si tenemos muchas evaluaciones y no tenemos cómo estudiar mejor, recordemos que se aprueba con un cuatro y no nos sigamos torturando con el pasado. Lo que podemos cambiar es lo que hagamos hoy. Lo que pasó, ya es pasado.

Combinar tareas intelectuales (redacción de informes, cuentas o planillas) con tareas manuales: barrer, lavar, limpiar, tejer o la mecánica, dependerá de sus gustos y posibilidades. Haga pausas en su trabajo.

Hay asuntos que son relevantes y ciertos, pero podrían no ser oportunos ¿es este el momento de plantearme estas cuestiones o mejor las dejamos para otro momento?

¿Esto depende del medio (o las circunstancias) o esto depende de mí?

Mucho se ha escrito sobre este tema: ¿son las circunstancias las que nos determinan, o depende principalmente de nosotros y de lo que hagamos?

Sin pretender “zanjar el asunto” porque probablemente haya algo de ambos aspectos, cuando nos hallamos ansiosos o deprimidos tendemos a “subvalorar” y a desestimar nuestras propias capacidades. Una postura más “optimista” considera que lo importante no es lo que no podemos hacer sino lo que sí está en nuestras manos. Siguiendo con el ejemplo del rendimiento académico: pensar que “nos va a ir mal” (que como dijimos es una creencia automática y poco reflexiva en función de los antecedentes en este caso), desatiende la relevancia de nuestro trabajo, planificación, práctica y búsqueda de ayuda.

Por otro lado, está la cuestión de la estabilidad de los resultados: no es lo mismo decir “soy malo” que “esta vez estudié poco”. ¿Dónde pongo el acento?  Si pongo el acento en el Ser, poco o nada podría cambiar con mi trabajo, pero si pongo el acento en el estudio, puede que mucho dependa de mi.

Siguiendo con el ejemplo: si pongo el acento en la economía del país (todo está mal, no hay trabajo), es distinto a pensar: todo lo que necesito es un trabajo. En Chile la mayoría de los empleos se consiguen a través de conocidos, por lo tanto, la primera medida es hacer saber a todos nuestros contactos que estoy buscando trabajo. 

Puede que se nos cierren algunas puertas, pero otras se van a abrir. Si estoy cesante, nuestro trabajo es estar buscando trabajo, eso sí depende de nosotros. Por eso es importante ponernos una meta de horas de estudio, o de contactos o de llamados por hacer por día y cumplirlos: hay que preocuparnos de lo que podemos hacer y lo demás, aprender a hacerlo a un lado. Recuerden ¿Esto que estoy pensando, me ayuda en estos momentos o me desalienta?

Crisis de Pánico

Por último, he escuchado a varias personas decir que han sufrido ataques de pánico tratándola como sinónimo de otros cuadros angustiosos. Es importante distinguirlas porque su tratamiento y pronóstico son distintos.

No existe un consenso único al respecto y algunos criterios no son compartidos por todos los investigadores y clínicos. Lo descrito a continuación es un resumen y un promedio con fines prácticos.

La crisis de pánico es habitualmente de corta duración (minutos), de aparición súbita y acompañada de síntomas muy intensos desencadenada a raíz de un estímulo neutro (por ejemplo, viajar en bus). Suele presentarse con agorafobia (aunque no siempre), es decir, acompañado de un terror súbito y potente a encontrarse solos en lugares públicos bajo la forma específica de: quedar atrapado en buses, ascensores, túneles o lugares abiertos. Luego las personas quedan muy asustadas e intentan controlar la reaparición de los síntomas, evitando reingresar en esos medios de transportes o lugares.

Uno de sus síntomas característicos es que se acompañe de taquicardia, sudoración y a veces temblores. La angustia es tan intensa que creen que van a sufrir un paro cardíaco o perder la razón.

Pueden presentarse también dificultades para respirar, dolor intenso en el pecho, mareos o vértigo. En algunas personas se agrega un sentimiento de irrealidad o de no ser ellos mismos.

Un rasgo importante es el temor que subsiste, días, semanas o meses después del ataque a volver a sufrirlo. Se observa más en mujeres y suele implicar serias limitaciones en la autonomía y los desplazamientos de las personas. Se considera necesario haber sufrido más de un evento de este tipo para pensar en el diagnóstico.

Los síntomas suelen ser tan intensos que los pacientes huyen del lugar donde les ocurre. Si es en un bus o en medio de una multitud, salen del lugar, o bajan del transporte.

El ataque ocurre en cualquier parte. Entre crisis las personas logran experimentar períodos de tranquilidad. Se ha visto que la mayoría de quienes sufren crisis de pánico han experimentado un incremento en sus niveles de estrés (fundamentalmente de pérdidas) durante las semanas o meses previos a los ataques y puede presentarse en el contexto de otros trastornos mentales, por ejemplo, otras fobias.  

Por el contrario, los trastornos ansiosos suelen ser de mucho mayor duración: horas, días, semanas y hasta meses, habitualmente se relacionan con causas socio-ambientales (dificultades familiares, económicas u otras combinadas) y su evolución es menos intensa. Pueden presentarse dolores en el pecho, sensación de ahogo, palpitaciones y pocas veces se relacionan con alguna fobia como las descritas. Su sintomatología es más difusa y habitualmente se expresan como dolores musculares o cefaleas. Las crisis suelen presentarse en entornos donde persiste la fuente de estrés. Entre los períodos de crisis, las personas suelen estar nerviosas o combinar con otros síntomas de ansiedad.

Para sospechar que se trata de una crisis de pánico es importante que no se relacionen con el consumo de drogas, otro trastorno metabólico o después de experiencias emocionales intensas, por ejemplo, si la crisis ocurrió luego de una discusión familiar o escena de violencia intrafamiliar (VIF).

Algunos pacientes sufren en silencio estas dificultades y no consultan al especialista por temor a ser estigmatizados (de hipocondríacos o de histéricos) o por miedo a recibir una confirmación de sus temores más angustiantes (estar perdiendo la razón o padecer de un problema cardíaco grave).

Cualquier persona que sufra por los síntomas que lo aflige, tiene derecho a consultar con un especialista. Existen recursos psicoterapéuticos y médico-psiquiátricos efectivos para el tratamiento de estos cuadros.

En mi experiencia siempre que atendí a alguien que presentaba crisis de pánico, había experimentado pérdidas significativas durante su vida, tenía una madre crítica, posesiva y sobreprotectora (es decir que daba a entender que el mundo era peligroso y amenazante y que desconfiaba de los recursos del propio paciente para enfrentarlo). A su vez, la figura paterna se encontraba ausente o invalidada. Se sentían abandonados emocionalmente por sus progenitores y no disponían en ese sentido de ellos salvo para asuntos prácticos.

Ya sea que experimente trastornos de pánico, síntomas ansiosos menos graves u otras fobias (que solo mencionamos tangencialmente) es probable que en este contexto de pandemia aumenten sus molestias. Reitero que existe tratamiento que puede aliviar los síntomas y recuperar el bienestar.

Llevar una vida activa, realizar ejercicio, disminuir el consumo de activantes (cafeína, bebidas energéticas); disminuir el consumo de alcohol y otras drogas y practicar algunos ejercicios de relajación y meditación guiada, pueden contribuir a mantener reducidos los efectos ansiógenos tanto de esta pandemia como de las medidas de confinamiento dispuestas como medida de protección de nuestra salud.

Mantenerse en contacto con nuestros amigos y seres queridos también es importante, aunque tengamos que esperar un poco para poder abrazarnos, los canales online nos permiten mantenernos comunicados por otros medios. Recuerden que la pandemia durará un tiempo limitado, en cambio nuestra creatividad para enfrentarla, es ilimitada.

Joseph Bandet Rivera
Psicólogo y psicoanalista
Magíster en Psicología Clínica, Doctor en Psicoanálisis

Contacto: josbandet@gmail.com

Un comentario en «Crisis ansiosas y de pánico en el contexto de la pandemia de COVID-19»

  • el 03/07/2020 a las 11:55
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    Gracias! Leer esto me ayuda a darle sentido a todo lo que me ha ocurrido desde que empezó la pandemia. La ansiedad ha sido parte del día a día con miedos y sensaciones físicas como falta de aire y fatiga, sin embargo, la práctica diaria y sagrada de meditación junto con hacer yoga me han ayudado a disminuir esos síntomas y mantener mi tranquilidad a lo largo de los días. Me identifique mucho con el post. Saludos!

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